Conceptos del apellido
Apellido es término que etimológicamente procede de la palabra latina appellare, que quiere decir llamar.
Con este nombre, se designaba en la España cristiana medieval al llamamiento o toque de rebato que congregaba a todos los vecinos de un lugar o comarca para movilizarse en caso de peligro. Cada grupo tenía su propio apellido con el que sus componentes se reconocían y se daban ánimos y, generalmente, consistía en el nombre del pueblo o del santo patrón del mismo. Hay muchos ejemplos de estas llamadas hasta muy entrado el siglo XVI en los legajos de los archivos.
De esta primera acepción de la palabra appellare se derivó apellitare, con el significado de llamar, nombrar o designar, referido ya no a grupos, sino a personas individualizadas.
Los romanos en la Península Ibérica, respetaron los nombres que usaban los habitantes que encontró en ella, como había hecho en el resto de los pueblos conquistados, coexistiendo las dos maneras de formar los apellidos que, por otra parte, no eran muy diferentes.
Pero con la llegada del Imperio se produjo una irrupción de familias advenedizas de todos los países en los cargos públicos, lo que provocó la disolución de las familias patricias que hasta entonces los habían ejercido y, como consecuencia, la extinción paulatina de los nombre familiares que los patricios mantenían cuidadosamente y que ya habían desaparecido cuando se produjo la invasión de los bárbaros del norte.
Los visigodos tenían nombres personales y no conocían los nombres de familia. Tampoco los mozárabes, que conservaron las costumbres de la sociedad visigoda, conocieron los nombres de la familia. Y en la España invadida por los musulmanes, la adopción del nombre fue totalmente voluntaria y se usaron indistintamente nombres cristianos, paganos, godos, judíos y musulmanes.
Los primeros tiempos de la Reconquista es la época aproximada en que comenzaron las familias castellanas a usar los apellidos familiares, generándose de la manera más sencilla y lógica, bajo la forma de los patronímicos.
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Clases de apellidos
Dependiendo de la manera en que se formaron, los apellidos pueden dividirse en seis grupos.
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* 1º) Patronímicos. Se llaman así porque consisten en el nombre modificado del padre, lo que hace que el apellido varíe en cada generación. Su principal característica es la variedad de desinencias, según el acento peculiar de las distintas regiones. Inician su formación con la terminación en “ i” y luego lo hacen en “ e “, en “ a “ o en “ o”; mas tarde en “ s”, “ t” y “ z”, terminando por anular esta última forma a las anteriores. Por último, se produce la conversión paulatina de los finales “ ez ” en “ iz ”. Además de ser los apellidos primeros en formarse, son los más numerosos actualmente. (Martínez, Sáenz, Pérez, Sánchez, Gutiérrez, Fernández/Hernández, ::: hijo de Nartin, Pero, Sancho, Fernan, …)
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* 2º) Toponímicos. Es otro grupo importante de apellidos que muchas veces iban a continuación de un patronímico. Se tomaban de la procedencia geográfica de la familia, dándose unas veces el propio nombre al lugar en que se vivía, bien porque se había fundado, conquistado o se era señor de él, y otras, la mayoría, se tomaba como propio el nombre de estos lugares. En algunos casos, incluso se iba variando el apellido al cambiar de residencia.
* 3º) Alcuñas (motes y apodos). Muchas veces, la alcuña o apodo con el que se conocía a un individuo era tan notable, que pasaba a convertirse en el nombre de la familia o apellido. Y no se piense que los que tienen este origen son menos ilustres. En su tiempo lo llevaron personajes tan importantes, que la palabra alcurnia, deriva de alcuña, designa la circunstancia de tener ascendencia noble.
* 4º) Cargos, oficios y profesiones. También los oficios o profesiones que se desempeñaban o los cargos ya ejercidos daban lugar a apellidos. Así, tenemos que los que habían servido o dependido de alguna manera de la Casa Real tomaban el nombre de “De la Cámara del Rey”, simplificándose después en solo “De la Cámara”. Hay otros muchos ejemplos como Merino, Cantero, Abad, etc.
* 5º) Creencias religiosas. En este apartado se incluyen los apellidos de fiestas religiosas, nombres de santos, etc. Por ejemplo De la Cruz, Pascuas, San Juan, San Martín. etc.
* 6º) Características físicas o morales. Algunas veces, los rasgos físicos o las características morales eran tan sobresalientes, que terminaban convirtiéndose en apellido. Tal es el caso de Blanco y Crespo.
(El Apellido, según Maria Pilar Llama Zubieta en su libro “El Real Valle de Guerizo, un Pueblo de Hidalgos”)
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Los apellidos toponímicos
Son sin lugar a dudas los más comunes en el mundo de habla hispana y derivan, como su nombre indica, del nombre del lugar donde vivía, del que procedía o en el que poseía tierras o alguna propiedad la persona o familia asociada al apellido. Según la real Academia, la toponimia es el <<estudio del origen y la significación de los nombres propios de lugar>>. Muchos de estos apellidos van precedidos por las preposiciones de, del, de la o son gentilicios.
El gentilicio usado como sustantivo sirve para identificar a un habitante de un país o ciudad y, utilizado como adjetivo, indica que el sustantivo calificado proviene de ese país, región o ciudad. Los gentilicios derivan generalmente de nombre actual del lugar pero a veces lo hacen de un nombre antiguo.
La costumbre de tomar para el apellido el lugar o la localidad de origen es antiquísima, y hallamos muestras de ello ya en las antiguas Grecia y roma, en el nombre de filósofos como Pitágoras de Samos, Zenón de Elea, Tales de Mileto, Parménides de Elea, Heraclio de Efeso, Pabecio de Rodas, etcétera. Sin embargo, el origen del toponímico no se limita a la localidad de origen o donde se vivía o poseía propiedades, sino que podía remontar a los topónimos menores, desde una comarca o región, hasta una finca, un río o un manantial; de ahí apellidos como Del Campo, De la Sierra, De la Fuente, Del Río, Del Puente, Del Pino, etcétera. La desaparición paulatina de las preposiciones convirtió estos apellidos toponímicos en simples Campo, Sierra, Río, etcétera.
Los apellidos toponímicos también pueden proceder de nombres de la flora y la fauna, de edificaciones o partes de las poblaciones y ciudades: Romero, Roble, Del Oso, Aguilas, León Palacios, etcétera.
La gran abundancia de apellidos toponímicos en español permite realizar una sucinta clasificación según su origen:
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* Apellidos toponímicos derivados de gentilicios, de nombres de países, regiones, ciudades o pueblos: Francés, Gallego, Navarro, Catalán, España, Aragón Aragonés, Trujillo, etcétera.
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* Apellidos derivados de los nombres comunes de distintos núcleos de población: Aldea, Barrio, Villa, etcétera.
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* Apellidos procedentes de los nombres comunes de edificios y construcciones de cualquier tipo: Calle, Calleja, Torres, Castillo, Puente, Iglesias, Del Pozo, etcétera.
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* Apellidos relativos a nombres comunes y propios de ríos o accidentes hidrográficos, como Miño, Guadiana, Segura, Torrente, Arroyo, Ribera, Fuentes, etcétera.
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* Apellidos procedentes de nombres comunes referentes al relieve y los accidentes geográficos, como Pradera, Campos, Sierra, Montes, Valle, Cuevas, Roca, etcétera.
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* Apellidos procedentes de nombres referentes a la flora y a la fauna, como Flores, Avellaneda, Castaño, Robles, Zarzales, Romero, Perales, Manzano, Clavel, Aguila, Aguilera, León, etcétera.
(El apellido según Genealogía y Heráldica por libros Cúpula de Scyla Editores, S.A.)
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Evolución de los apellidos
La evolución de los apellidos en España fue lenta y no finalizó hasta bien entrado el siglo XVI, aunque se siguieron dando muchas excepciones durante bastante tiempo.
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En los siglos X, XI y XII, los apellidos usuales eran los patronímicos, a los que el pueblo llano acompañaba del toponímico de su lugar de nacimiento o residencia, y la nobleza, del de su feudo o señorío.
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En el XIII, cada uno firmaba como era conocido y así podemos ver un “Matheo el ferrero” al pie de un solemne documento castellano de la época.
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Hasta el siglo XIV los apellidos eran personas, y es en este siglo cuando comienza a ser frecuente que los hijos lleven el apellido del padre, salvo que las condiciones para heredar un mayorazgo impongan otra cosa.
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En el año 1350 el tres de marzo, muere Alfonso XI. Se proclamó rey a su hijo Pedro I de Castilla en las cortes de Sevilla. Entre otros asuntos, se regula el uso del apellido para identificar y perseguir a los malhechores.
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En el siglo XV se van omitiendo los patronímicos solos y se acostumbra a acompañarlos de un toponímico. Finalizada la Reconquista, los conversos imitan la estructura de los apellidos castellanos para disfrazar su origen y pasar inadvertidos.
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Ya en el siglo XVI, se regulariza la transmisión de los apellidos, con excepción de los mayorazgos, que tienen sus propias reglas, y de las mujeres, que generalmente adoptan el apellido materno.
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A mediados del siglo XVI y por decreto del Concilio de Trento, se hace obligatoria la inscripción de bautismos, matrimonios y defunciones en los libros parroquiales. Es también en esa época cuando en América hispana los indios adoptan al bautizarse los apellidos de los padrinos, generalmente nobles. Por ese motivo, hay muchas familias hispanoamericanas que llevan sonoros apellidos idénticos a los de la alta nobleza española, sin que exista ningún parentesco de sangre con ella.
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El siglo XVII trae la total regularidad, al menos en plano legal, de la transmisión de los apellidos, a lo que contribuyó sobremanera la obligatoriedad de las inscripciones parroquiales impuestas en el siglo anterior. Sin embargo, no deja de haber excepciones a la hora de componer los apellidos familiares, cambiando el orden de éstos según el lustre mayor o menor de cada linaje.
(El Apellido, según Maria Pilar Llama Zubieta en su libro “El Real Valle de Guerizo, un Pueblo de Hidalgos”)
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